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Nuevos visitantes para los museos de Bogotá

 

Eduardo Londoño

Museo del Oro del Banco de la República

 

Junio de 2008

 

Bogotá cuenta con más de 50 museos, cada vez más activos, novedosos y preocupados por ofrecerle a sus públicos un espacio dónde maravillarse, dónde pasar un rato agradable en familia y dónde reflexionar sobre nosotros mismos, como sociedad, como familia y como personas.

 

Así como los bogotanos han ido cambiando su imagen mental sobre los museos, que ya no se piensan como un lugar oscuro lleno de cosas viejas, los museos también han cambiado su concepción sobre su razón de existir y sobre los visitantes que desean acoger. En su lenguaje ya no existe “el público” sino “los públicos”, puesto que cada segmento tiene distintas necesidades por atender, y desde sus “observatorios de públicos” se habla de “desarrollo de visitantes”. ¿Cómo es el rollo?

 

 

 

 

 

Para esta nota consideramos interesante hacer una historia del Museo del Oro desde sus públicos, puesto que a finales de este año se transformará en un gran centro cultural que habrá duplicado sus áreas de exhibición y será un nuevo polo de atracción de la actividad cultural en la ciudad.

 

Cuando en diciembre de 1939 se creó la colección, con la adquisición del Poporo Quimbaya por el Banco de la República, esta se exhibió en armarios-vitrina ubicados en la sala de juntas del Banco. La Junta Directiva fue así su primer público, y desde entonces la orfebrería prehispánica fue un patrimonio y un orgullo del Banco que pronto habría de convertirse en un emblema de la cultura colombiana.

 

La segunda sede fue un amplio salón de reuniones, con jarrones chinos, tapetes árabes y mesas de cristal de roca. Los visitantes eran invitados a quienes se deseaba agasajar sembrando en ellos una buena imagen de Colombia. Banqueros y funcionarios extranjeros, personajes importantes e incluso nuestra Miss Universo colombiana, Luz Marina Zuloaga, se maravillaron con el brillo de las vitrinas y con el arte ancestral que respalda nuestras posibilidades de futuro.

 

Este mensaje prosperó, y en 1959 la sala abierta en el sótano del edificio principal (“allá en la calle 14 de Bogotá” como decía el almacén de Daniel Valdiri) acogió con sus textos bilingües a un público culto y a los turistas extranjeros. Colombia ofrecía al mundo con orgullo el salto del Tequendama, las esmeraldas de Muzo, la Catedral de Sal de Zipaquirá  (creada en 1951-54 por el Banco de la República) y el Museo del Oro. De ahí viene esa idea todavía común: uno va al Museo del Oro cada vez que le llega un visitante extranjero.

 

En 1968 se abrió el Museo en el costado oriental del Parque de Santander. Dos pisos enormes de exhibición. Un edificio planeado para ser un museo. Y un nuevo público: los escolares. Miles y millones de escolares pasamos por ese museo y le dimos razón de ser a la ampliación. El Poporo y la Balsa engalanan sin falta todos los textos escolares y así son patrimonio de todos los colombianos.

 

Cuando en 1998 se iniciaron reflexiones y trabajos para la nueva transformación que ahora culmina, se empezó a hablar de desarrollar nuevos públicos. Las familias son un objetivo prioritario de los museos porque en este siglo la cultura se asocia con el disfrute y con el tiempo de ocio. La satisfacción de cada visitante es esencial: se trata de que salga queriendo volver puesto que un museo nunca se agota, no solamente porque los museos sí cambian, sino porque los ojos y las preguntas con los que los miramos cambian constantemente. Los visitantes se inscriben entonces en listas de e-mail que los invitan a dar continuidad a su experiencia con conferencias y talleres.

 

Y los museos del siglo XXI son cada vez más incluyentes: no solamente se adaptan para acoger a los invidentes y discapacitados, sino que desde 2004 los últimos domingos de mes los museos bogotanos ofrecen entrada gratuita o tarifa reducida a través del programa “Siga, esta es su casa” y así permiten la llegada de un nuevo tipo de visitantes: los habitantes de barrios remotos y populares. Toda la ciudad descubre así el patrimonio, la historia y el arte que preservan y divulgan sus museos. Pero, en una ciudad que busca ser cada vez más inclusiva, cómo debemos servir a este público, satisfacer su necesidad de esparcimiento y cultura? ¿Qué les atrae y qué los asusta?, ¿cómo podemos convocarlos?, ¿cómo lograr que regresen? Ese es el reto que estamos investigando.

 

 


 

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